martes, 19 de abril de 2011


Estábamos las tres sentadas esa noche ya bien entrada en un portal donde ni el frio, si siquiera la brisa nocturna, distraía nuestras tres inconfundibles miradas grisáceas. No quería ser yo misma la que empezara a hablar primero y esperé, mientras fumaba, a que alguna de ellas lo hiciera. Ellas no lucían cigarrillo alguno en sus manos traviesas, adjetivo que quedaba justificado porque una , la más mayor, acariciaba sus piernas descubiertas con ternura mientras la otra, la pequeña, no hacía sino palpar su rosto castigado por la pubertad tardía. Sabía que sería ella misma la primera el rasgar el silencio de la noche. Al igual sabia que la discusión sería inminente y que yo, más que para expulsar el humo, abriría los labios bien poco.

-Ten esperanzas, él volverá, arrepentido y no lo dudes. Es cierto que te quiere y no se da cuenta del error que está cometiendo. Algún día lo hará. Vuestro amor es tan fuerte como ninguno. No hubo nadie como vosotros. Esto no puede suceder. Y tú, lo sabes.

Me miraba a mí, pero de una seca intervención su rostro se torció hacia la chica más veterana.

-Apenas has dicho algo cierto en todo eso. Él nunca volverá. Ni está bien. Ni está mal. No está al fin y al cabo. Evoluciona y corre. Déjalo ir.

-¡Te equivocas! – Su consternación era evidente, como si estuviera ya cansada de posicionarse - Tú como muchas otras personas. Él la quiere, después de tanto tiempo es imposible que se acabe. Es imposible que muera. Piensa en el puerto, piensa en los bancos, piensa en su cuarto…

-De todo lo que ella al fin y al cabo se está deleitando. La toca, la besa, la adorará seguramente. Al fin y al cabo es mejor para él de lo que fuiste tú. Es imposible que tú lo traigas aquí ahora mismo, que sea a ti a quien bese, que sientas la fuerza de sus brazos de nuevo. Créeme.

-¡No ahora! Sin embargo algún día lo hará y no puedes abandonar de esta manera, dejar que desaparezca. No lo abandones. No lo dejes solo cuando vuelva. Vive queriéndolo como has estado haciendo y vive con él, siéntelo, aguárdalo hasta que vuelva, hasta que él te mire con sus ojos marrones y te diga qué duro fue estar separados.

- Nunca pasará eso. Hablas desde la más profunda y ciega ignorancia. No pasará ni de lejos. Me haces reír.

-Es tuyo.

-¡Silencio!

-Es un pensamiento feliz ¿No lo notas? Él volverá y seréis lo que siempre habéis sido. Seréis el amor. Seréis lo más eterno y vital que en la vida tuviste la oportunidad de tener.

-No, jamás. Nunca en estas condiciones.

-En las que sean.

-Nunca mientras sigas viviendo tú.

Se habían encarado. En ese momento quien era la chica que por último se calló cogió a la jovencita del brazo, casi con fuerza, casi con cierta violencia reprimida. Ella se esfumó y de repente solo agarraba el aire aún mirando a un punto fijo con determinación.

Se sentó. A mi lado. Yo ya había acabado mi cigarro. Frente a nosotras un jardín que presumía de rosas a un lado, bellas y hermosa; y de violetas al otro, mezcladas con un fresco y amarfilado jazmín. La brisa nocturna movió la floración. A mi olfato llegó solamente un fresco olor a rosas entonces.

-¿Me llamarás si vuelve?

La miré, me gustaba hacerlo. Ver como sus ojos verdes se enredaban con los míos y ver como a la vez éstos gozaban de un brillo pulido a lecturas, paisajes y siluetas que los míos aún no conocían. Su rostro y hasta su cuerpo me inspiraban fuerza.

-Espero no verte en mucho tiempo entonces- le dije.

Tras su sonrisa impoluta se adivinaba un gesto de picardía.

-Lo hagas o no. No tardaremos mucho en encontrarnos.

Me agarró la mano con fuerza y yo puse además la otra encima de las nuestras. No sentí como se fue. Solo miré al frente para ver como los coches y sus luces nocturnas inundaban el asfalto de mi barrio. Era hora de subir a casa.