jueves, 14 de julio de 2011

Recaer

Te detienes, es cierto.
Que la noche es limpia, las estrellas lucen, la arena recorre desorientada tu piel. O no. Recorre mi recuerdo y lo hará en mi piel cuando la encuentre.
Las gaviotas andarán buscando bestias diminutas en el mar y los pájaros de ciudad se deshidratan, buscan la sombra como los bandidos y mueren ante el asombro de quienes, de todas maneras, siempre los han visto morir cada verano. Más asusta, y es hermoso.
El calendario es respetuoso con los planes, o no lo es; igual que el tiempo que corre o desmaya, pero siempre fue así.
Las lineas extremas y rectas como los horizontes hacen pensar, a mi al menos. Los coches molestan de vez en cuando, y excitan y divierten. Dominarlos es casi un arte. Los inviernos suelen gustar mientras que los veranos agotan. La música acompaña. El ruido nos asusta, sorprende y engaña.
Escribimos por escribir y nos sentimos más aplicados. Reímos y eso nos hace sentir amados y a la vez odiados y a la vez odiamos y hacemos daño. Y nos pesa. Sin embargo nos mentimos mas a nosotros mismo que a los demás.
Los autobuses pasan y los cogemos o no. No parecen autobuses si lo hacemos demasiado. Andamos con canciones o no teníamos suficiente batería para eso, y lo habíamos olvidado. Internet nos abduce. La banalidad de lo tecnológico se nota hasta en este párrafo.
El cuerpo humano resulta ser igualmente de otro planeta. La sangre ya no solo brota y , si por mi fuera, no la llamaría líquida. El corazón es solo electricidad, los impulsos solo sustancias que cambian de lugar veloces. Las cosas pequeñas son más que microscópicas. Los libros ya no huelen a nuevo en septiembre.
Hay lecturas que nos esperan y lloran nuestro pasotismo. Los escenarios pueden restar uno que ya he pisado. La calle sueña acorde a los tacones de las chicas, el humo no es tan gris si se escapa manchado de carmín.
Y pasarán eternidades y seguiré actuando, pisare fuerte con este papel. Es mio con dedicación.
Y pasarán milenios y seguirás viviendo o no, quizás ninguno de los dos.
En la ficción impoluta disfrazaremos el fuego, del que nacimos amor.
Aquel que no nos deja estallar de felicidad en vida. Sonreír.
De fantasmas esta poblado ya el mundo y a veces , la mejor manera de no sentirte uno de ellos es hacer como que algo dentro de ti es capaz de poner en orden la inmensidad de lo que pasa por tu cabeza ese minuto.
En forma de frases sueltas. Mal puntuadas.
Como un pensamiento impreso.


martes, 19 de abril de 2011


Estábamos las tres sentadas esa noche ya bien entrada en un portal donde ni el frio, si siquiera la brisa nocturna, distraía nuestras tres inconfundibles miradas grisáceas. No quería ser yo misma la que empezara a hablar primero y esperé, mientras fumaba, a que alguna de ellas lo hiciera. Ellas no lucían cigarrillo alguno en sus manos traviesas, adjetivo que quedaba justificado porque una , la más mayor, acariciaba sus piernas descubiertas con ternura mientras la otra, la pequeña, no hacía sino palpar su rosto castigado por la pubertad tardía. Sabía que sería ella misma la primera el rasgar el silencio de la noche. Al igual sabia que la discusión sería inminente y que yo, más que para expulsar el humo, abriría los labios bien poco.

-Ten esperanzas, él volverá, arrepentido y no lo dudes. Es cierto que te quiere y no se da cuenta del error que está cometiendo. Algún día lo hará. Vuestro amor es tan fuerte como ninguno. No hubo nadie como vosotros. Esto no puede suceder. Y tú, lo sabes.

Me miraba a mí, pero de una seca intervención su rostro se torció hacia la chica más veterana.

-Apenas has dicho algo cierto en todo eso. Él nunca volverá. Ni está bien. Ni está mal. No está al fin y al cabo. Evoluciona y corre. Déjalo ir.

-¡Te equivocas! – Su consternación era evidente, como si estuviera ya cansada de posicionarse - Tú como muchas otras personas. Él la quiere, después de tanto tiempo es imposible que se acabe. Es imposible que muera. Piensa en el puerto, piensa en los bancos, piensa en su cuarto…

-De todo lo que ella al fin y al cabo se está deleitando. La toca, la besa, la adorará seguramente. Al fin y al cabo es mejor para él de lo que fuiste tú. Es imposible que tú lo traigas aquí ahora mismo, que sea a ti a quien bese, que sientas la fuerza de sus brazos de nuevo. Créeme.

-¡No ahora! Sin embargo algún día lo hará y no puedes abandonar de esta manera, dejar que desaparezca. No lo abandones. No lo dejes solo cuando vuelva. Vive queriéndolo como has estado haciendo y vive con él, siéntelo, aguárdalo hasta que vuelva, hasta que él te mire con sus ojos marrones y te diga qué duro fue estar separados.

- Nunca pasará eso. Hablas desde la más profunda y ciega ignorancia. No pasará ni de lejos. Me haces reír.

-Es tuyo.

-¡Silencio!

-Es un pensamiento feliz ¿No lo notas? Él volverá y seréis lo que siempre habéis sido. Seréis el amor. Seréis lo más eterno y vital que en la vida tuviste la oportunidad de tener.

-No, jamás. Nunca en estas condiciones.

-En las que sean.

-Nunca mientras sigas viviendo tú.

Se habían encarado. En ese momento quien era la chica que por último se calló cogió a la jovencita del brazo, casi con fuerza, casi con cierta violencia reprimida. Ella se esfumó y de repente solo agarraba el aire aún mirando a un punto fijo con determinación.

Se sentó. A mi lado. Yo ya había acabado mi cigarro. Frente a nosotras un jardín que presumía de rosas a un lado, bellas y hermosa; y de violetas al otro, mezcladas con un fresco y amarfilado jazmín. La brisa nocturna movió la floración. A mi olfato llegó solamente un fresco olor a rosas entonces.

-¿Me llamarás si vuelve?

La miré, me gustaba hacerlo. Ver como sus ojos verdes se enredaban con los míos y ver como a la vez éstos gozaban de un brillo pulido a lecturas, paisajes y siluetas que los míos aún no conocían. Su rostro y hasta su cuerpo me inspiraban fuerza.

-Espero no verte en mucho tiempo entonces- le dije.

Tras su sonrisa impoluta se adivinaba un gesto de picardía.

-Lo hagas o no. No tardaremos mucho en encontrarnos.

Me agarró la mano con fuerza y yo puse además la otra encima de las nuestras. No sentí como se fue. Solo miré al frente para ver como los coches y sus luces nocturnas inundaban el asfalto de mi barrio. Era hora de subir a casa.

domingo, 13 de febrero de 2011

Tristísimo




Ahí estaba de nuevo, frente a la cama, y se percató de que estaba llorando mientras le retiraba unos mechones de pelo castaño a su agónico bebé. Tembló de miedo y de rabia y temió por su vida fugazmente como siempre hacía cuando se adentraba en las tinieblas de aquella estancia. Había sido desde luego muy pretensiosa al pensar que ya jamás volvería a verse en esa situación. Había vuelto a abrir la puerta nada más escucharle llorar.

La habitación estaba cada día más oscura y cada día más fría. Mucho se alejaba de la claridad y la armonía que en las inmediaciones de ésta inundaba todo lo que estaba medianamente al alcance de la vista. Había estado fuera y por ello lo sabía. Allá conocían su nombre y hasta había quien conseguía que notara en su blanquecina piel el soplo de la brisa fresca. En sus manos estaba el volver a salir, sin embargo y entre escalofríos y sollozos ella más que nadie sabía que nada en el mundo podría hacerla alejarse de ese bulto que temblaba bajo las mantas. Cada movimiento que veía la arañaba, cada soplo de su boca la desangraba, pero ella no se movería hasta pasado un buen tiempo. Rodeada de oscuridad durante.

Ella tenía un bebe. El niño apenas llegaba a los 3 años cumplidos y estaba muerto, bajo las mantas, en esa oscura habitación. Lo había visto morir hace ya casi un año y sin embargo se negaba a aceptar que su cuerpo pudría y sus pequeños ojos no brillarían jamás. Era su bebé y podría quedarse mirándolo toda una vida si cada vez que intentaba tocarlo no se retorciera de dolor hasta le última fibra de su cuerpo. No sabía si ya, fruto de su demencia o imaginación, el pequeño se movía emitiendo agónicos aullidos o simplemente era esa la manera más fácil de mantenerlo apartado de las lombrices. Esa tarde el pequeño cuerpo había sollozado y ella, desde fuera, lo había oído y sin pensarlo dos veces ahí estaba arrodillada, frente a esa cama, apretando su manita fría y llorando encima de su cuerpo inerte.

Dios sabe que hubiera dado lo infinito por devolver al pequeño a la vida,

Sin embargo no había opción a desear otra cosa que no fuera cerrar con llave la puerta de esa habitación oscura, perderla para siempre dejando de escuchar así el llanto de su hijo muerto.

Para siempre.

jueves, 3 de febrero de 2011

Seh.

Necesitaba un cambio y quise matar esta ciudad. Le escupí, la manché, le lloré encima y derramé sobre sus nubes el asqueroso humo de mis labios. Detestaba ese cielo contaminado, las estrellas y la luna, aun habiendo sido ellas mis mejores amigas antaño. Quise apagarlo todo y soñé porque las miles de personas que con semblante indiferente se cruzaba conmigo cada día sufrieran una avería y dejaran de funcionar. Soñé con la destrucción global y a veces, cuando más lloraba, soñaba con la mía propia. Estaba muy enfadada pero nadie lo sabía.

Estaba muy enfadada porque todo había dejado de tener sentido o, más bien, porque todo había cobrado ya su verdadera razón de ser y era repugnantemente despreciable. En cualquier caso mi pensamiento era único y desgarrador y me eché a cuestas todo el peso encima, como bien pensé, el mundo entero no había podido tomar repentinamente el papel antagonista. Debo de estar yo misma mal situada.

Lo cierto sin embargo fue que lejos de estar en un lugar que no me correspondía estaba viviendo atemporalmente y eso, la vida misma, es algo que no puede permitirse. Comencé a tener miedo pues recibía amenazas continuas. En cada rincón se hallaban sicarios del pasado, aquellos que querían dar muerte a quien llevaba mi nombre cuando ya había agotado el tiempo para hacerlo. Querían mi sangre, querían mi aliento, mi tinta y mis lunares de la espalda.

Aquellos asesinos armados de tardes, rosas, labios, arena, silencios, sudor, pasiones y ciudades con puerto querían mi rendición y no soy capaz de dilucidar si la han conseguido o no.

Porque no sé si he sido fuerte y he sobrevivido o si por el contrario todo acabó conmigo y he vuelto a nacer de nuevo.

Al menos ya no me espera nadie en cada esquina ni me asfixia la estación de autobuses.

Estoy tan irreconocible, que todo empieza a ir indudablemente bien.