sábado, 25 de diciembre de 2010

Día de navidad.

Ella vivía en la calle y, cuando el viendo soplaba demasiado fuerte, sonreía porque quizás él si que tendría el valor de llevarla a alguna parte. Había nacido con la mente enferma y amaba y sufría como ningún otro ser parecido. Esa tarde solo andaba, acompañada de las luces que, invisibles, dejaban tras sus pasos el aliento y la respiración entrecortada que combinaba con un semblante impoluto. Difícil hazaña teniendo en cuenta la ansiedad que la hacía cada instante un poco más presa de su propia exigencia.
Tenía prisa por llegar a un lugar que aún no conocía. No sabía si amaba su pasado, si podía llegar a entregarse a su presente, si le quedaban días de vida. Cuanto más andaba más pensaba y su cabeza daba vueltas alejándose del frío asfalto. Tal y como si estuviera agónicamente ebria sentía nauseas y se mareaba, todo le daba vueltas y hubiera cambiado en ese momento todo su cuerpo y sangre por unos brazos que la rodearan y la apretaran extremadamente fuerte. Ansiaba compañía. Hubiera pedido hipócritamente a Dios que la esposara con la carne de algún hombre. Pedía demasiado o solo quizás aquello que, de existir, era suyo y no lograba encontrar en ningún sitio.
Sabía que detestaba su cuerpo más allá de la banalidad de quien cohibe sus mejillas tras las burlas. No podía decidir a esas alturas si odiaba el sexo o si por el contrario moría por no estar haciendo el amor cada jodido segundo que pasaba. Tenía la mirada perdida, o eso debia de pensar quien la viera fumando, sentada en el bordillo, delante de la fuente circular de la redonda. No miraba al infinito si no hacia aquel paraje que, de alguna manera, debía de alcanzar antes de fuera demasiado tarde. De una manera u otra.
Cuanto más tiempo pasaba y más agudizaba su sentimiento de abandono más caía en la cuenta de que, de tener la oportunidad, acabaría entregándose a alguna droga que la sedara y cegara las pupilas de águila con las que había venido al mundo. Fumar era efectivo y agradecía su consuelo amargo, mas no resultaba suficiente para acallar ese fiero fuego que la quemaba por momentos.
Y no estaba triste, sólo ansiosa. Quería gritar, enfadarse, exigir a través de su silencio sepulcral.
Necesitaba el amor más que el aire que respiraba. Más que la nicotina que acumulaba en sus venas.
Y podía pasarse sentada, en la calle, toda una vida.

martes, 21 de diciembre de 2010

Sofía en la calle



"Rosetta de la noche pasea
como lirio de cementerio blanco.
Oro recogido en moño alto, frío abrigo oscuro.
Tacones que restallan en la acera y la conciencia.
Y el rostro bello, bello,
del olor del hielo rasgado
del color del hierro rasgado.

Rosa nocurna pasea
como un poema morado por un teatro de niños.
Aurora en los labios se asoma
como un pintor escondido
que mira y escucha y se esconde
en su hogar de pianos fundidos.

Y es que están la rosa y la espada en un mismo lugar;
se enciende la noche y respira cuando ella se calla:
porque Sofía es dulzura, poema-poeta, ardor que se evita
amor que se encuentra pero no se encuentra.

Rosa nocturna pasea
como una redoma de vivos, como una llave de lluvia.
Como la Piedra Rosetta del dolor humano".


Julián Ayala.

Entre nada y agua fría

Que de sus manos queda ahora el polvo que dejaron sobre las mías y muere por las esquinas de rabia y de miedo mi voz, de ansia y de melancolía la risa que encendían, el pulso de sus corazones de marineros viajantes.
Olvidaron confiarme una brújula y mi mapa se ha borrado a expensas de la acidez salina. Ninguno se paró siquiera a señalarme el norte. En medio de la tempestad sombría de toda la oscuridad que se revuelve bajo la madera de días y días mi semblante palidece, mis mejillas tornan cada vez más pálidas. Ya los aullidos no llegan ni a la costa más certera. Quiero sin duda llegar a tierra pero no sé de qué manera girar el timón y espero, ansiosa y temeraria, vientos que me lleven lejos de esta soledad mojada.
Y espero mientras tiemblo en cubierta y las negras aguas me miran deseosas, me llaman por mi nombre y sentencian mi esperanza. Estoy aterrada.
Y es que me han dejado sola, todos, todos los marineros.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Me apartaré si puedo

Esquivando la vida te esquivo,
esquivo el amor, el vicio
de morir en tus ojos oscuros.

En estos vientos me cautivo,
al borde y calor del precipicio
al que me acerco a observarte, y ardo.

Te pierdes y mientras te vivo,
te olvido la voz que resquicio
del silencio en partir ha tardado.

Y huye, piérdete, olvida.
Entre tanto yo te esquivo,
y contigo esquivo la vida.