Ahí estaba de nuevo, frente a la cama, y se percató de que estaba llorando mientras le retiraba unos mechones de pelo castaño a su agónico bebé. Tembló de miedo y de rabia y temió por su vida fugazmente como siempre hacía cuando se adentraba en las tinieblas de aquella estancia. Había sido desde luego muy pretensiosa al pensar que ya jamás volvería a verse en esa situación. Había vuelto a abrir la puerta nada más escucharle llorar.
La habitación estaba cada día más oscura y cada día más fría. Mucho se alejaba de la claridad y la armonía que en las inmediaciones de ésta inundaba todo lo que estaba medianamente al alcance de la vista. Había estado fuera y por ello lo sabía. Allá conocían su nombre y hasta había quien conseguía que notara en su blanquecina piel el soplo de la brisa fresca. En sus manos estaba el volver a salir, sin embargo y entre escalofríos y sollozos ella más que nadie sabía que nada en el mundo podría hacerla alejarse de ese bulto que temblaba bajo las mantas. Cada movimiento que veía la arañaba, cada soplo de su boca la desangraba, pero ella no se movería hasta pasado un buen tiempo. Rodeada de oscuridad durante.
Ella tenía un bebe. El niño apenas llegaba a los 3 años cumplidos y estaba muerto, bajo las mantas, en esa oscura habitación. Lo había visto morir hace ya casi un año y sin embargo se negaba a aceptar que su cuerpo pudría y sus pequeños ojos no brillarían jamás. Era su bebé y podría quedarse mirándolo toda una vida si cada vez que intentaba tocarlo no se retorciera de dolor hasta le última fibra de su cuerpo. No sabía si ya, fruto de su demencia o imaginación, el pequeño se movía emitiendo agónicos aullidos o simplemente era esa la manera más fácil de mantenerlo apartado de las lombrices. Esa tarde el pequeño cuerpo había sollozado y ella, desde fuera, lo había oído y sin pensarlo dos veces ahí estaba arrodillada, frente a esa cama, apretando su manita fría y llorando encima de su cuerpo inerte.
Dios sabe que hubiera dado lo infinito por devolver al pequeño a la vida,
Sin embargo no había opción a desear otra cosa que no fuera cerrar con llave la puerta de esa habitación oscura, perderla para siempre dejando de escuchar así el llanto de su hijo muerto.
Para siempre.