domingo, 13 de febrero de 2011

Tristísimo




Ahí estaba de nuevo, frente a la cama, y se percató de que estaba llorando mientras le retiraba unos mechones de pelo castaño a su agónico bebé. Tembló de miedo y de rabia y temió por su vida fugazmente como siempre hacía cuando se adentraba en las tinieblas de aquella estancia. Había sido desde luego muy pretensiosa al pensar que ya jamás volvería a verse en esa situación. Había vuelto a abrir la puerta nada más escucharle llorar.

La habitación estaba cada día más oscura y cada día más fría. Mucho se alejaba de la claridad y la armonía que en las inmediaciones de ésta inundaba todo lo que estaba medianamente al alcance de la vista. Había estado fuera y por ello lo sabía. Allá conocían su nombre y hasta había quien conseguía que notara en su blanquecina piel el soplo de la brisa fresca. En sus manos estaba el volver a salir, sin embargo y entre escalofríos y sollozos ella más que nadie sabía que nada en el mundo podría hacerla alejarse de ese bulto que temblaba bajo las mantas. Cada movimiento que veía la arañaba, cada soplo de su boca la desangraba, pero ella no se movería hasta pasado un buen tiempo. Rodeada de oscuridad durante.

Ella tenía un bebe. El niño apenas llegaba a los 3 años cumplidos y estaba muerto, bajo las mantas, en esa oscura habitación. Lo había visto morir hace ya casi un año y sin embargo se negaba a aceptar que su cuerpo pudría y sus pequeños ojos no brillarían jamás. Era su bebé y podría quedarse mirándolo toda una vida si cada vez que intentaba tocarlo no se retorciera de dolor hasta le última fibra de su cuerpo. No sabía si ya, fruto de su demencia o imaginación, el pequeño se movía emitiendo agónicos aullidos o simplemente era esa la manera más fácil de mantenerlo apartado de las lombrices. Esa tarde el pequeño cuerpo había sollozado y ella, desde fuera, lo había oído y sin pensarlo dos veces ahí estaba arrodillada, frente a esa cama, apretando su manita fría y llorando encima de su cuerpo inerte.

Dios sabe que hubiera dado lo infinito por devolver al pequeño a la vida,

Sin embargo no había opción a desear otra cosa que no fuera cerrar con llave la puerta de esa habitación oscura, perderla para siempre dejando de escuchar así el llanto de su hijo muerto.

Para siempre.

jueves, 3 de febrero de 2011

Seh.

Necesitaba un cambio y quise matar esta ciudad. Le escupí, la manché, le lloré encima y derramé sobre sus nubes el asqueroso humo de mis labios. Detestaba ese cielo contaminado, las estrellas y la luna, aun habiendo sido ellas mis mejores amigas antaño. Quise apagarlo todo y soñé porque las miles de personas que con semblante indiferente se cruzaba conmigo cada día sufrieran una avería y dejaran de funcionar. Soñé con la destrucción global y a veces, cuando más lloraba, soñaba con la mía propia. Estaba muy enfadada pero nadie lo sabía.

Estaba muy enfadada porque todo había dejado de tener sentido o, más bien, porque todo había cobrado ya su verdadera razón de ser y era repugnantemente despreciable. En cualquier caso mi pensamiento era único y desgarrador y me eché a cuestas todo el peso encima, como bien pensé, el mundo entero no había podido tomar repentinamente el papel antagonista. Debo de estar yo misma mal situada.

Lo cierto sin embargo fue que lejos de estar en un lugar que no me correspondía estaba viviendo atemporalmente y eso, la vida misma, es algo que no puede permitirse. Comencé a tener miedo pues recibía amenazas continuas. En cada rincón se hallaban sicarios del pasado, aquellos que querían dar muerte a quien llevaba mi nombre cuando ya había agotado el tiempo para hacerlo. Querían mi sangre, querían mi aliento, mi tinta y mis lunares de la espalda.

Aquellos asesinos armados de tardes, rosas, labios, arena, silencios, sudor, pasiones y ciudades con puerto querían mi rendición y no soy capaz de dilucidar si la han conseguido o no.

Porque no sé si he sido fuerte y he sobrevivido o si por el contrario todo acabó conmigo y he vuelto a nacer de nuevo.

Al menos ya no me espera nadie en cada esquina ni me asfixia la estación de autobuses.

Estoy tan irreconocible, que todo empieza a ir indudablemente bien.