Es el
silencio el estruendo más mordaz de todas las secuelas que deja tu metralla, firme
bala que atraviesa mi conciencia y derrite mi identidad. Silencio como sueño de
todo nómada que nunca quiso heredar su condición. Todo está encharcado del
desgarro y es humor pardizo que no debió hacerse oceánico.
Veo
manchado de pasión todo lo que debería vivir de ella. Inerte, abandonado queda al
margen de miradas que aún atreven ignorar su indecoroso caos . ¿Dónde está la
razón de esta locura bella sino en la muerte de lo que nunca debió de ver la
luz? Siento como embolizan en mí todos los impulsos a los que no privas de su
cautiverio en mis sienes. Viven toturandolas de noche y a veces de día también
se mueven. Viven porque no pueden morir sino en el exterior del alma.
Has
sido proliferante, maligno y destructivo y toda la orfebrería celeste has astillado
en tu partida. Triste trabajo el de quien fuiste tú y tus finos modales de
artesano utópico.
Ojalá
pudiera ir a maldecirte a tus capítulos más nunca bajaste la vigilancia que
atesora sus impolutos tomos. Fuiste el libro más cerrado de la historia de los
refranes y, como todo en ti, el espejo más contrario de los reflejos de los que
te miramos.
Aún así
mis ojos encallaron en ti y tu venenosa esencia fue mi elixir narcótico. Aun
así puede decirse que te quise.
Todo
error conlleva quema y todo fuego aguarda ser ceniza. Ahora cada grano de arena
arde bajo mi piel como si quisiera hacerse desaparecer con ella.
Y
cuando sean cenizas ya ni siquiera habrán sido desierto.
Te has
llevado mi magia recién nacida, mi brújula y de mi viaje
mi recuerdo.